San Agustín,
ya sabéis, aquel joven que se convirtió después de llevar una vida errante
lejos de Dios, y con un hijo, fruto de un amor pasajero, escribía después:
Tú estabas dentro de mí
y yo fuera.
Por fuera te buscaba
y me lanzaba sobre el bien y la belleza
creados por Ti,
y me olvidaba de Ti.
Tú estabas conmigo
y yo no estaba contigo
ni conmigo.
Me retenían las cosas.
No te veía, ni te sentía,
ni te echaba de menos.
Pero me mostraste tu resplandor
y descubrí mi ceguera.
Y ahora, que te he descubierto,
ando tras de Ti.
Así ha sido
la vida de muchos jóvenes, indiferentes
ante el amor de Dios, hasta que un día le descubren y sus vidas dan un giro.
Madre Pilar, fue un reflejo del amor de Dios, descubrió desde joven, que Dios estaba
en su corazón. Más tarde, comprendió que él Señor quería de ella algo más y
sintió la necesidad de vivir más cerca de
Dios. Supo unir por un lado la oración y por otro la capacidad
humanitaria para servir a la juventud.
Tócame
Señor, abrázame. Que en mi interior descubra tu presencia.
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