Nos
pasamos el día oyendo mensajes. Al levantarte pones la radio, música o la
televisión y comienzan a llegarte mensajes. Sales de casa y durante un montón
de horas, en clase o en el trabajo, a tu cabeza llegan palabras incontables que
te transmiten un contenido que debes aprender o una orden que debes ejecutar.
Ruidos, sonidos, palabras y hasta voces que son como una música a la que el
oído se acostumbra y que te mantiene en algo semejante a un letargo y que te
hace inmune a lo que ocurre a tu alrededor. Oyes continuamente, pero, de
repente, un mensaje es distinto. Pueden ser las palabras de un amigo o un
montón de signos, para mucha gente ininteligibles, que llegan a tu móvil y
sales del sueño. Has comenzado a escuchar. Estas palabras tienen importancia
para ti. Tu vida y tus sentimientos se mueven al escucharlas.
No creas que sólo te
mueven los mensajes de quienes te importan. No es así. Tu vida se está moviendo
por una fuerza que supera y que está por encima de tu libertad.
“El ángel Gabriel fue
enviado por Dios a una ciudad de Galilea llamada Nazaret, a una joven que se
llamaba María”. Dios envió un mensajero y un mensaje. Era una palabra dirigida
a María y María escuchó. “Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo”.
Era la palabra de Alguien que se sabía a su lado, que la llenaba de bendiciones
y que la invitaba a la alegría. María escuchó un mensaje que la hacía entrar en
la plenitud de sus posibilidades.
¿Conoces a gente que viva desde estos mensajes?
¿Vives tú desde ellos? ¿Pueden dar la felicidad?
En mi vida María, sabe estar presente, en silencio,
y su mirada tierna
acaricia mis momentos de soledad y tristeza.
Hoy me quiero acercar
a ella con los brazos abiertos
Y sentir que también
a mí me acompaña en cada paso del camino
y en cada recodo de
la vida.
¡A veces se habla de
ella de una manera tan elevada!
Y yo no puedo evitar pensar
Y yo no puedo evitar pensar
que fue la mujer que
tuvo en sus brazos al Hijo de Dios,
pero también a un
niño pequeño, indefenso,
que necesitaba
protección, educación y ternura.
Tu madre, Jesús, como
tú lo quisiste,
también es mi madre.
Así lo siento.
Y hoy quiero celebrar
la alegría de sentir que María me ama,
me acompaña, me cuida
y derrama sobre mí toda su ternura.
Gracias.
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