Felices
los que siguen al Señor por la senda del buen Samaritano. Los que se atreven a andar tras sus pasos. A superar las dificultades del camino. A vencer los cansancios de la marcha. Los que al andar van trazando sendas nuevas para que otros sigan, entusiasmados, y continúen la obra del Señor. Los que, atentos y presurosos, cambian su ruta para salir al encuentro del Señor vivo en el que sufre, tan presente en estos tiempos, tan cercano para algunos, para otros tan lejano. Felices los que dan la vida por los demás. Los que trabajan duro por la justicia anhelada. Los que construyen el Reino desde lugares remotos. Los que, anónimos y sin primeras planas, entregan su vida para que otros vivan más y mejor. Los que con su diario sacrificio abren huellas de humanidad nueva en un mundo mellado por el egoísmo neoliberal del "dios-mercado". Felices los que caminan juntos, en búsqueda comunitaria del Reino de Vida Nueva y Fraternidad Realizada. Los que se ayudan en las buenas y en las malas, los que aprenden que más pueden dos juntos que uno solo. Felices TODOS los que piensan primero en el hermano y que encuentran su alegría y el gozo y el sentido de la vida en trabajar por los demás y por el Reino y por el Señor vivo en medio nuestro. Olvidado, marginado, solo y abandonado en los rostros de jóvenes, de indígenas, de ancianos, de mujeres solas, de desempleados y de tantos otros. |
Felices TODOS los que trabajan por los pobres. Desde los pobres. Junto a los pobres. Con corazón de pobre. Contemplando a diario la hermana muerte temprana, injusta, dolorosa, en los rostros de los niños olvidados, sin salud, ni educación, ni juegos (infancias robadas por miles en mi continente sufrido desde antaño). Felices los que viven solidarios dejando el asfalto limpio y prolijo para caminar los senderos pedregosos, polvorientos que entran al mundo de los que no cuentan en los números o estadísticas de los ministerios de turno. Felices los que aman al hermano concreto. Los que no se van en palabras sino que muestran su amor verdadero en obras de vida, de compañía y de entrega sincera. Felices los que enseñan, los que intentan que todos aprendan sin distinciones de color, piel o dinero. Felices los que comparten sus bienes Dones-regalos del Buen Dios para vivir como hermanos y demostrarlo en la práctica. Los que no guardan con egoísmo sino que brindan y comparten. FELICES , SEÑORES, - y alzo la voz para que escuchen todos - LOS QUE VIVEN EL MANDAMIENTO PRIMERO QUE ES AMOR A DIOS EN EL HERMANO. Y en estos días de final de siglo por tanto egoísmo e indiferencia signados, felices los que encuentran que este amor, hoy, se revela en un camino: ser solidario, SER SOLIDARIO. Marcelo A. Murúa |
miércoles, 2 de marzo de 2016
Bienaventuranzas de la solidaridad
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario