María puede ser
nuestra mejor amiga,
algo así como la
reina de nuestro joven corazón.
Podemos acercarnos a
María y hablarle de nuestros apuros,
de nuestras penas y nuestros temores...
Podemos también
hablarle de nuestras alegrías, nuestras aventuras y éxitos.
Podemos cada noche
presentarle un obsequio de
flores: las buenas
obras del día. Porque el amor
se demuestra más en las obras que en las
palabras.
Dios te salve, Reina y Madre de misericordia,
¡Vida, dulzura y esperanza nuestra! ¡Dios te salve!
A ti llamamos los desterrados hijos de Eva;
a ti suspiramos, gimiendo y llorando
en este valle de lágrimas.
Ea pues, Señora, abogada nuestra,
vuelve a nosotros esos tus ojos misericordiosos
y, después de este destierro, muéstranos a Jesús,
fruto bendito de tu vientre.
¡Oh clementísima! ¡Oh piadosa!
¡Oh dulce Virgen María!
Ruega por nosotros, Santa Madre de Dios,
ara que seamos
dignos de alcanzar las promesas de Nuestro Señor Jesucristo. Amén.
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